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Abrirse a los comienzos

Cualquier comienzo, ya sea un nuevo proyecto profesional, el principio de una relación, el intento de aprender cualquier actividad compleja o el inicio de un nuevo año, nos depara un sinfín de experiencias desconocidas. Una reacción normal ante lo que está por llegar puede ser la de intentar protegernos, porque a veces nos asusta lanzarnos hacia lo desconocido o probar cosas distintas. Y es que abrirnos es mostrarnos tal y como somos, es reconocer que somos vulnerables, es admitir nuestras inseguridades, es dejar que cualquier cosa entre. Y quizá por eso nos cerramos, nos encogemos, nos rodeamos de muros que quizá en parte nos protegen, pero que irremediablemente también nos aíslan.

Si toda la fuerza y energía que empleamos en levantar barreras, en luchar contra lo desconocido o en rechazar los cambios, la empleásemos en permitirnos quedar expuestos, en abrazar lo inesperado y en aceptar que incluso lo que nos hace daño nos ayuda a crecer, todo fluiría de manera natural. Abrir los brazos frente a la vida no nos hace más vulnerables, sino más fuertes, pues aprendemos a enfrentar las dificultades. Recibir todo lo que llegue, sin oponer resistencia, es confiar en que la sabiduría del universo pone ante nosotros lo que necesitamos en cada momento, ya sea un éxito o un fracaso, ya sea un duro golpe o una suave caricia. Decir sí a cualquier reto, por difícil que parezca, sin que lo importante sea superarlo, sino intentarlo, es otorgarnos entereza, pasión y esperanza.



Ahora que este año comienza, abramos los brazos sin miedo, con valentía, con confianza en la luz que nos guía y nos lleva por el camino correcto, aunque ese camino sea duro a veces. Permitamos que nuestra sabiduría se armonice con la fuerza de la vida y empecemos a caminar con pasos firmes y seguros hacia nuestra felicidad.

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